Bendecido día el que nos regalas, Señor, para amarte y experimentar tu presencia, amar a nuestros hermanos con un sentimiento como Tú nos lo expresas: «ámense como yo los he amado». Y podríamos preguntarnos, Señor, ¿qué es el amor? Es el sentimiento más hermoso de todos, es un sentimiento que debe nacer en el corazón de cada uno para servir, para guiar, para hacer que las cosas vayan según tu querer y la voluntad del Padre celestial. Hoy en tu palabra, el escriba quiere saber cuál es el más importante de todos los mandamientos. Tu respuesta es clara: lo más importante es la relación con Dios y con los hermanos. Debe ser una relación de amor que trae consecuencias.
Primera consecuencia: nos enseñas que a Dios no se le teme ni se le adora, a Dios se le ama. Nuestra relación con el Padre y Contigo es una relación de amor, por la sencilla razón de que Él nos amó primero. Somos su creación, obra de sus manos.
Segunda consecuencia: no hay diferencia en la relación con Dios y con los hermanos. Amar es la única manera posible de relacionarnos con ellos. Cualquier otra forma de relacionarse está fuera de tu mandato. El otro es siempre un hermano al que hay que amar. Amar es acercarse al otro, atenderle en sus necesidades, servirle. Es poner los intereses del otro por delante de los míos. Y hacerlo gratuitamente, sin pedir nada a cambio. Porque la felicidad del que ama está precisamente en la felicidad del hermano. En la medida en que damos felicidad experimentamos el verdadero amor.
Gracias, Señor, por abrir nuestros corazones a esos sentimientos tan hermosos y saber que el amor es generosidad, gratuidad y que en la medida en que amemos, seremos amados como tú nos has amado. Gracias por este día que nos regalas y nos ayudas a amar desde el corazón, con sentimientos de verdad y sinceridad.
Tengamos muy en cuenta una frase muy linda de Santa Teresa: “La medida del amor es amar sin medida”. El amor es la única riqueza que ni se compra ni se vende, se regala generosamente. Un agradable y amoroso descanso amando sin medida.
“LOS AMO CON TODO MI CORAZÓN”.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas […] Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 30-31).
Eligiendo estas dos Palabras dirigidas por Dios a su pueblo y poniéndolas juntas, Jesús enseñó una vez para siempre que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables, es más, se sustentan el uno al otro. Incluso si se colocan en secuencia, son las dos caras de una única moneda: vividos juntos son la verdadera fuerza del creyente. Amar a Dios es vivir de Él y para Él, por aquello que Él es y por lo que Él hace. Y nuestro Dios es donación sin reservas, es perdón sin límites, es relación que promueve y hace crecer. Por eso, amar a Dios quiere decir invertir cada día nuestras energías para ser sus colaboradores en el servicio sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y de fraternidad. (...) Esto interpela a nuestras comunidades cristianas: se trata de evitar el riesgo de ser comunidades que viven de muchas iniciativas, pero de pocas relaciones; el riesgo de comunidades «estaciones de servicio», pero de poca compañía en el sentido pleno y cristiano de este término.
Dios, que es amor, nos ha creado por amor y para que podamos amar a los otros permaneciendo unidos a Él. Sería ilusorio pretender amar al prójimo sin amar a Dios y sería también ilusorio pretender amar a Dios sin amar al prójimo. (Ángelus, 4 de noviembre de 2018)