Hermoso y esperanzador amanecer en que nuestro corazón se regocija y exclama palabras de agradecimiento.
Hoy es buen día para agradecerte el ejemplo y testimonio de vida de aquel que nos enseñó a amar la catequesis, el papa san Pío X; memorable por haber iniciado la reforma litúrgica, principalmente haciendo la eucaristía más accesible, gracias a sus decretos sobre la comunión en temprana edad y más frecuente. Nacido de padres pobres y humildes, permaneció siempre, incluso siendo Papa, como pastor bondadoso y sencillo, tal como había sido en toda su vida sacerdotal. Cercano, sencillo y humilde, conocía bien las necesidades de sus feligreses y abrió la liturgia para ellos, acercándolos más a la vida y enseñándoles con su testimonio de vida tu camino de seguimiento en el amor. En su testamento escribió: Nací pobre, he vivido pobre, quiero morir pobre”.
Danos verdaderos guías como san Pío X, para dirigir y ser dirigidos, cercanos a la gente, atentos a sus necesidades y aspiraciones, que nos nutran con el pan de vida que es tu palabra.
Que, como San Pío X, ojalá obtengamos de Ti, la fuerza para servirnos unos a otros, servirte y convertirnos cada día más en verdaderos discípulos de tu misericordia y tu bondad. Permítenos en este día tener verdaderos sentimientos de servicio; que en este día podamos expresar la respuesta de nuestro salmo: «aquí estoy señor para hacer tu voluntad».
Feliz jueves vocacional.
Oración introductoria
Señor, esta parábola me da alegría y esperanza. Tú invitas a un banquete de bodas. Los cristianos, Señor, sabemos trabajar contigo, sufrir contigo, pero no hemos aprendido a disfrutar contigo. Hoy nos invitas a la alegría y a la fiesta. ¡Gracias, Señor!
PALABRAS DEL PAPA
La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por eso el banquete de los dones del Señor es universal, para todos. A todos se les da la posibilidad de responder a su invitación, a su llamada; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o exigir una exclusiva. Todo esto nos induce a vencer la costumbre de situarnos cómodamente en el centro, como hacían los jefes de los sacerdotes y los fariseos. Esto no se debe hacer; debemos abrirnos a las periferias, reconociendo que también quien está al margen, incluso ese que es rechazado y despreciado por la sociedad es objeto de la generosidad de Dios. Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios a las fronteras de la «iglesita» —nuestra «pequeña iglesita»— sino a dilatar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios. Solamente hay una condición: vestir el traje de bodas, es decir, testimoniar la caridad hacia Dios y el prójimo. (Papa Francisco – Ángelus, 12 de octubre de 2014)